Se trata de un virus que pertenece a la familia de los coronavirus (una clase que suele afectar especialmente a animales) que puede afectar a las personas y se detectó por primera vez en Wuhan, provincia de Hubei (Xina) en diciembre de 2019.
Hay pocos casos de mujeres embarazadas afectadas por el COVID-19 que hayan mostrado síntomas graves. En general no constituyen un grupo de riesgo, y se considera que la enfermedad no incrementa el riesgo de aborto o parto prematuro, pero se recomienda que tengan una especial precaución y soliciten asistencia si sufren alguno de los síntomas.
Respecto a la lactancia natural: la leche materna no transmite el virus, y está demostrado que la lactancia materna tiene muchos beneficios. En caso de que las madres lactantes presenten síntomas o tengan sospecha de infección de COVID-19, se recomienda extremar las medidas de higiene de superficies y manos, utilizar mascarilla facial y seguir amamantando al bebé, o bien realizar la extracción con sacaleches extremando las medidas higiénicas y la leche materna la administrará un cuidador sano.
El período de incubación puede oscilar entre 1 y 14 días, con una media de 5 o 6 días. La OMS recomienda que el seguimiento de los casos confirmados sea de 14 días. Así mismo, las estimaciones están actualizándose a medida que se van obteniendo más muestras y más experiencias.
No se sabe con exactitud, pero parece comportarse como otros coronavirus: puede subsistir en una superficie durante un tiempo variable en función de condiciones como el tipo de superficie, la temperatura o la humedad del ambiente; no obstante hay que tener en cuenta que en algunos casos puede sobrevivir durante días.
Todavía no hay un tratamiento específico, pero se están aplicando tratamientos antivirales que han demostrado cierta eficacia. Sin embargo hay varios tratamientos para el control de los síntomas (fiebre, tos, etc.), por loque la asistencia médica mejora el pronóstico.
Hay que remarcar que, dado que se trata de una infección vírica, no hemos de utilizar antibióticos a modo de prevención o tratamiento.
Sólo deben utilizarlas las personas enfermas y quienes las cuidan, y aquellas personas a quienes se lo aconseje el personal sanitario. Fuera de estos supuestos, su uso es inútil y además contribuye al desabastecimiento de mascarillas para los casos en que sí son necesarios